miércoles, 29 de mayo de 2013

QUEMA ESAS RECETAS


EL QUE A YERRO MATA, A YERRO MUERE 

Tantas veces que se le ha endilgado a Bianchi y a Boca la característica de avanzar en los torneos de mano a mano por el liso y llano ocote de sortear rivales en la lotería del penal, esta vez la taba cayó al revés. 
"Hacía falta tanto humo para apagar tanto humo", se le oyó decir a un bostero afligido -que bien podría haber sido yo de no ser porque no articulé vocablo hasta entrada la medianoche-, un decir quedo, tímido, apagado, vencido: un sangrar por la herida recién abierta que manchó de desencanto todo el banco teórico en el que hasta hacía un rato los especialistas habían usado para diseccionaron el prometedor choque entre leprosos y xeneizes, con postulados ampulosos que compararon el esperado par de partidos como un solemne y pensado ajedrez o una rigurosa e indescifrable matemática: planteos sesudos y ultraestratégicos nacidos del magín de los dos alabados directores tácticos.
Pero al final -visto desde la banquina del fracaso, uno tiene el consuelo de poder decirlo-, fue 0 en ambos arcos, fue cábala, desesperación, ansiedad, rezo, promesa, maldición, parocardiaco; fue ruleta, timba, moneda en el aire. Y desencanto para nosotros.
Nada de esto hubiera escrito de ser el resultado inverso. Es más, ni siquiera me hubiera detenido a leerlo, así que ni por asomo hubiera reconocido desde la celebración esta intranquila búsqueda de razón en donde gobierna el caprichoso sentir, esa brújula descompuesta que empuja al derrotado hacia el espejismo de la justificación. 
El aturdimiento de la pirotecnia adversaria, el olor a trampa en la que hemos caído.
El veneno cruel del invictorioso. 
Y la reputamadre que lo remil parió. 

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