EL QUE A YERRO MATA, A YERRO MUERE
Tantas veces que se le ha endilgado a Bianchi y a Boca la característica de avanzar en los torneos de mano a mano por el liso y llano ocote de sortear rivales en la lotería del penal, esta vez la taba cayó al revés.
Pero al final -visto desde la banquina del fracaso, uno tiene el consuelo de poder decirlo-, fue 0 en ambos arcos, fue cábala, desesperación, ansiedad, rezo, promesa, maldición, parocardiaco; fue ruleta, timba, moneda en el aire. Y desencanto para nosotros.
Nada de esto hubiera escrito de ser el resultado inverso. Es más, ni siquiera me hubiera detenido a leerlo, así que ni por asomo hubiera reconocido desde la celebración esta intranquila búsqueda de razón en donde gobierna el caprichoso sentir, esa brújula descompuesta que empuja al derrotado hacia el espejismo de la justificación.
El aturdimiento de la pirotecnia adversaria, el olor a trampa en la que hemos caído.
El veneno cruel del invictorioso.
Y la reputamadre que lo remil parió.
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